El cáncer de testículo es un tumor poco frecuente, representando el 1 a 2% de todas las neoplasias en varones, pero es el más común entre hombres de 15 a 35 años. La población más afectada es la comprendida entre los 20 a 40 años Se ha observado un aumento en su incidencia en los últimos 40 años.
Dejado a su evolución natural lleva a la muerte al 85% de los enfermos en el curso de 2 a 5 años. Sin embargo, si lo tratamos adecuadamente, hoy día es uno de los tumores malignos con menos mortalidad (5%) y ello se debe a la mejora de los métodos diagnósticos y a un tratamiento más eficaz.
Respecto a las causas que lo predisponen, la criptorquidia (testículo no descendido) ha demostrado tener una clara relación de manera que entre un 6-10%, según las series de los tumores de testículo, ocurren en pacientes con antecedentes de criptorquidia. El riesgo relativo de cáncer testicular en los individuos con criptorquidia es de 3 a 14 veces más que en aquellos con testículos normales y descendidos
Respecto al diagnóstico objetivaremos una masa testicular en la exploración física donde el signo principal es la presencia en casi todos los casos de una masa intraescrotal dura, no dolorosa a la presión y sin alteraciones del epidídimo ni el cordón espermático. El retraso en el diagnóstico de la masa es frecuente, siendo la demora media de 3 a 6 meses. Esta demora generalmente se debe a un mecanismo de negación del paciente, que es habitual en estos tipos de tumores y que llevan al diagnóstico tardío en un porcentaje no despreciable de casos, ya que el 10% son diagnosticados al acudir al médico por la sintomatología que producen las metástasis.
El diagnóstico diferencial fundamental debe hacerse con la torsión testicular evolucionada y con los procesos inflamatorios como la epididimitis y la orquiepididimitis; para ello nos van a ayudar muchos datos clínicos y de la exploración como la instauración brusca del cuadro y la sintomatología muy dolorosa.
Otras patologías que nos puede plantear dudas ala hora del diagnóstico son: el hidrocele, que se presenta como una masa de contenido líquido, indolora y lisa, siendo el dato fundamental para el diagnóstico la transiluminación positiva, lo mismo que el espermatocele, que es una cavidad quística indolora que depende de la cabeza del epidídimo y con espermatozoides en su interior. El varicocele, fácil de diagnosticar, es difícil que cause problemas a la hora del diagnóstico diferencial.
Respecto a las pruebas de imagen, la ecografía escrotal es el método por excelencia con una sensibilidad del 90%. Una porción importante de tumores de testículo ya en el diagnóstico presentan marcadores biológicos tumorales positivos como la subunidad beta de la gonadotropina coriónica humana (β-HCG) y la α-fetoproteína (AFP). Estos marcadores son de gran importancia no sólo desde el punto de vista diagnóstico, sino como marcadores de efectividad en el tratamiento realizado y en el diagnóstico precoz de las posibles recidivas tumorales. Por ello, previo a la orquiectomía o extirpación testicular, siempre se debe realizar una determinación de marcadores que deberá repetirse 7-10 días después de la misma, sobre todo cuando éstos han sido positivos.
El estadio tumoral es fundamental para el planteamiento terapéutico futuro, por lo que debe de ser lo más exacto posible siendo, en la actualidad, la TAC toraco-abdominopélvica la técnica de imagen más empleada. La resonancia nuclear magnética (RMN) deberá ser utilizada cuando tengamos sospecha de participación tumoral de grandes vasos, como la cava o las venas ilíacas.
En lo referente al tratamiento, los éxitos obtenidos también radican en un tratamiento multimodal que combina la cirugía, la radioterapia (RT) y la quimioterapia (QT), utilizando uno o varios de ellos dependiendo del tipo histológico y del estadio tumoral.
El éxito del tratamiento está basado en realizar un diagnóstico lo más precoz posible del tumor primario y lo más exacto del estadio clínico de la enfermedad, ya que ambos van a ser decisivos en la elección de la pauta terapéutica.
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